
Se ha estudiado mucho sobre los efectos beneficiosos de la interacción humana con los caballos, demostrándose que en las personas la interacción con los equinos tiene un efecto relajante, motivador y antiestrés, ya que disminuye los niveles de cortisol en sangre considerablemente.
Se ha evidenciado, tanto para adultos que están pasando momentos estresantes o situaciones de duelo, como para niños, sobre todo niños con problemas de interacción social, cognitivos o psicomotrices, que la equinoterapia en sus distintas disciplinas (desde el cepillado del caballo hasta la monta) tiene múltiples beneficios. Pero poco se habla del efecto de esta interacción en sentido contrario, es decir ¿les afecta a los caballos de forma distinta la relación con los niños?
Pues sí, la “niñoterapia” amansa a las fieras
Es innegable que, tras años de trabajo profesional con caballos, percibes comportamientos y actitudes en ellos que son muy similares a los que podría tener un niño. Por ejemplo, expresan emocionalmente una respuesta inmediata ante un castigo o un refuerzo positivo, o demuestran comportamientos disruptivos (comportamientos hostiles o desafiantes) con los propietarios muy similares a los de los niños con sus padres.
La aparición del comportamiento disruptivo normalmente va relacionada con la cantidad de pretensiones que tengas hacia ellos. En caballos es un desafío jerárquico instintivo, más intenso en potros jóvenes que en caballos adultos, y en niños se manifiesta la actitud desafiante frente a la figura de autoridad en casa, normalmente los padres.
En mis años de facultad, cuando trabajaba de niñera, a los padres siempre les sorprendía que sus hijos estuvieran tranquilamente durmiendo cuando regresaban a casa y que todo hubiera transcurrido sin llantos o protestas. Y a mí, por el contrario, me desconcertaba ver a los niños en un estado de tensión contenida, que a veces detonaba, en presencia de sus padres. Ese tipo de situaciones se transformaban cuando los padres se marchaban. Tras ellos, el ambiente se tornaba distendido, bastante ameno y relajado ¡Claro! yo era una compañera más y no una figura de autoridad con la que tuvieran constantemente que medirse, solo iba a estar una o dos veces por semana, ¡mejor pasárselo bien!
Con los caballos sucede de forma bastante similar. Los propietarios y, en general, las personas adultas proyectamos nuestras pretensiones y objetivos deportivos en ellos, obligándolos en cierta manera a revelarse de vez en cuando.
Además, el caballo posee una extraordinaria capacidad para percibir las emociones. Lo llevo viendo toda mi carrera profesional, advierten si estás relajado o tenso, si estás triste o contento e, incluso, si tienes tiempo para dedicarles o, al contrario, tienes prisa. Y, de verdad, te lo ponen difícil cuando el tiempo apremia.
Todos los días vemos caballos adultos nerviosos, asustadizos, bruscos e incluso ariscos con sus cuidadores, jinetes o, por supuesto, veterinarios, y me sigue emocionando ver cómo el comportamiento de estos mismos animales cambia al 200% con un niño. Se vuelven delicados, tranquilos y centrados, puedes ver cómo minimizan los movimientos bruscos e incluso actúan de forma protectora en ocasiones.
Los niños no tienen pretensiones, ni juzgan, ambos encuentran la calma al ponerse cara a cara, encuentran su zona de confort y se identifican rápidamente. Todo esto hace que en múltiples ocasiones exista una conexión especial entre los niños y los caballos.
Irene Benito